domingo, 27 de octubre de 2013

Acto Nº 9 - Ella

Sus ojos, su olor, su pelo, la curva de su espalda y sus preciosas caderas, su calor corporal, sus finas manos, tan suaves, su sonrisa, la forma en la que lo miraba después de gastarle una broma, esa sonrisa de complicidad y ese pequeño empujoncito de reproche cuando era ella la víctima de la broma; todo eso hacía que cada vez que estaba con ella él se sintiera como en un sueño y es que ella, sólo podía provenir de un sueño. Cada vez que ella hablaba, él se fijaba en sus labios preguntándose si algún día esos labios le pertenecerían. Su pelo desprendía un olor hechizante. Sus ojos cautivadores podían mostrar la misma inocencia de una niña pequeña, o la astucia de una mujer inteligente. Sus sentidos del humor encajaban muy bien, y eso no era lo único que tenían en común. Su sonrisa era pura perfección. Estar con ella era como cuando llegas a casa después de un largo día, cansado y agotado, y te sientas en el sofá con una sonrisa en la cara. Esa sensación de felicidad y seguridad era la que ella le transmitía siempre que estaba cerca. Estar con ella te hacía sentirte como en casa.

Y ahí la tenía, delante suya, tan preciosa, tan sonriente, tan perfecta. Cuando la miraba a los ojos, no podía evitar sentir un leve escalofrío que le recorría toda la espalda para terminar en la nuca. Su cercanía lo ponía nervioso, su corazón estaba a punto de salírsele del pecho. Y entonces, lo abrazó. Pero no fue sólo un abrazo, mejor dicho, no fue un mismo abrazo. Él la abrazaba con ternura, como si quisiera protegerla, como si quisiera decirle que con él estaría segura y que jamás volvería a sufrir. Pero no podía estropear ese momento, es algo que jamás se perdonaría, así que se limitó a quedarse fuera de esa idea, como tantas otras veces antes, aceptando el abrazo cariñoso que ella le regalaba. Cuando se separaron, notó como si le arrancaran una parte de su ser, una parte de él mismo; sin ella en sus brazos se sentía vacío. Y es que cuando una persona ocupa un lugar tan especial en tu corazón, su mera ausencia duele. Notaba cómo el calor de su cuerpo se iba desvaneciendo poco a poco y el frío entraba por cada poro de su piel. Ella aún seguía cerca, y el no poder abrazarla hacía que se comiera por dentro, pero al menos podía mirarla y eso era algo que en cierta manera le tranquilizaba.


Estaba loco de amor por ella. Pero ¿qué es el amor, si no otra forma de locura?

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Capítulo 1 - Oscuridad

La oscuridad se cernía sobre mí y el silencio aturdía mis oídos. Era de esa clase de silencio que te envuelve y presiona como una soga. 
Caminaba rápido pero relajado, atento a la oscuridad, atento a cualquier atisbo de movimiento. A mitad de camino, más o menos, pude ver a mi derecha un conjunto de estructuras las cuales, aún siendo de noche, podía verse claramente que estaban ennegrecidas a causa del fuego. Eran sin duda las ruinas de un pueblo, bastante antiguo ya que no aparecía en mi mapa, que se incendió hacía ya tiempo. Tuvo que ser un gran incendio porque incluso desde el camino podía ver las montañas de cenizas que antes eran casas, graneros o tabernas. Algunos edificios seguian en pie, a duras penas. De otros sólo quedaba el terreno calcinado donde fueron construidos. Pensé en adentrarme en las ruinas para ver si encontraba algo que pudiera serme útil, pero llevaba más tiempo en el camino del que me hubiera gustado y estaba deseando atravesar ese bosque, así que deseché la idea.

No llevaría caminando más de una hora cuando llegué al final del camino y vi delante de mí un pequeño pero frondoso bosque. Lo que antes parecía una mancha negra en medio del camino, se elevaba ahora ante mí como la muralla de una gran fortaleza. Si mi orientación y mi mapa no me fallaban, ese debía ser el bosque de Edrin. Pensé en rodearlo, pero quería llegar a Tirwen lo antes posible
Tirwen es un pequeño pueblo situado en la zona meridional de Derathor, al suroeste de Edrin, junto al río Syler. Sus pocos habitantes viven gracias a la ganadería y a sus abundantes cosechas. Es un pueblo de vida sencilla y muy humilde, pero allí podría comprar algo de provisiones y un caballo que me llevara a Ofdreb en menos de tres días.
Así que calculé el tiempo que tardaría en cada uno de los caminos y, finalmente, me decanté por atravesarlo.Sabía que atravesar el bosque sería más peligroso que rodearlo, pero también sería mucho más rápido.
 

El cielo empezaba a clarear, así pues aproveché y busqué un camino que me condujera al interior del bosque. No podía seguir ninguna huella ya que en el camino no había rastro de ningún tipo, lo que indicaba que hacía mucho que nadie pasaba por allí. Aún así tuve suerte; no llevaba más de diez minutos buscando cuando encontré lo que antaño fue, al parecer, un estrecho sendero. Aquel sendero se parecía más bien a un sendero secreto de los que usaban antiguamente los ladrones para huir después de robar algún botín; puesto que era muy estrecho, difícil de ver y perfecto para despistar a alguien que te estuviese persiguiendo. Así que con un poco de esfuerzo, y un par de tirones de las ramas logré adentrarme en el bosque.
Aunque la luz que precede al amanecer se filtrara por las tupídas ramas y las hojas de los árboles, éstas, obstaculizaban la poca luz que entraba del sol. Estaba oscuro y olía a barro, a rocío y a un amasijo de olores que no lograba identificar. También oí algunos sonidos extraños.
 

Desde dentro, el bosque parecía mucho más grande que desde fuera y estaba compuesto por robles, hayas, castaños y algún que otro arce de gran tamaño. A lo lejos, entre los sonidos que sí podía identificar, oí el bramido de un ciervo, el estruendo de una cascada y el sonido amortiguado del agua que caía por ella. También se oía el murmullo de un río. Parecía el típico bosque que aparece en los cuentos de hadas.
Todavía un poco aturdido por la mezcla de olores y sonidos, andé por el sendero con el cuidado de un niño que anda sobre la fina y frágil capa de hielo en la superficie de un lago.
A cada paso que daba, más me daba cuenta de que algo o alguien me observaba. Cuando ya llevaba un rato avanzando por el bosque, oí un ruido entre unos árboles situados a mi derecha y vislumbré una rápida y borrosa sombra que se escondía detrás de uno de ellos.
¿Quién o qué podría ser? Podría ser un ladrón, o un asesino, o un viajero dispuesto a hacer cualquier cosa por un par de botas nuevas. Daba igual, yo tenía que salir rápido de ese bosque. Lentamente acerce mi mano y así a Quimera, la espada que llevaba colgada a la cintura. La saqué despacio, con cuidado, y la bajé de manera que estuviera oculta por los arbustos del sendero. La hoja era de plata y aún parecía nueva a pesar de haber soportado más guerras que cualquier viejo veterano. En la empuñadora descansaba una esmeralda con forma de lágrima y en la hoja había algo escrito en una lengua ininteligible. Mi padre me dijo una vez que aquellas extrañas letras significaban: "La victoria en la batalla. Honor para algunos. Quimera para otros."
Volví a oír aquel ruido, esta vez más cerca. Pensé en miles de formas de denfenderme, pero el problema era que no sabía de qué tenía que defenderme, así que me agaché un poco, solté el aire que tenía en los pulmones, y me preparé para cualquier cosa.

Prólogo

"Miré hacia arriba; las estrellas brillaban con enormes luceros
 y la Luna, mi única compañía, lo llenaba todo con una pálida y ténue luz.
Era una fría noche de otoño, una brisa suave y cortante que presagiaba 
el principio del invierno rozó mi cara. Delante de mí, un largo 
y serpenteante camino llegaba hasta el oscuro y lejano horizonte. 
En medio del camino se divisaba una mancha negra, seguramente un bosque. 
Relajé mi cuerpo ante la idea de una larga caminata y volví a repasar 
mentalmente todo lo que llevaba de equipaje. Miré que todo estuviese en su sitio 
me comí una de las últimas manzanas que me quedaban, 
me aseguré mis pocas pertenencias a la espalda, y caminé."

domingo, 1 de septiembre de 2013

Acto Nº 8 - Madurez


La madurez. La madurez es algo que toda persona sensata desea poseer. Madurez. La madurez no es una virtud, es una forma de vida. Si algo he aprendido después de todos estos años es, que cuando crees que la has alcanzado, es cuando más lejos estás. Yo pienso que una persona nunca se puede o debe considerar madura, ya que la madurez es algo eterno. Cada vez que aprendes algo nuevo, aprendes una nueva forma de madurar, y es por ello por lo que nadie es totalmente maduro. Hay muchas maneras de madurar, como teniendo obligaciones y responsabilidades, escuchar más en lugar de hablar, el juzgarnos más a nosotros mismos que a los demás. Pero personalmente pienso que el mejor camino para madurar, es el amor. Os puede parecer absurdo, pero no hay nada que te haga madurar tanto como el amor, ya que con él no dejas de aprender. Y madurar es aprender.
 Cuando estás con alguien y estás enamorado de esa persona no haces más que aprender; aprendes a amar, aprendes a amar sus cualidades y aún más a sus defectos. Aprendes a ser más tolerante, adquieres responsabilidades y obligaciones, ganas empatía y en cierto modo te hace una mejor persona. Aún si nos volvemos negativos y la cosa va mal, el hecho de haber amado a esa persona sigue enseñándote cosas valiosísimas, primero aprendes que incluso el sentimiento más puro puede desvanecerse hasta quedar reducido a cenizas. Eso te ayudará en un futuro, ya que gracias a eso aprendes que nunca debes confiar ciegamente en alguien. Aprendes que dar mucho no siempre significa recibir mucho, de hecho aprendes que muchas veces, no recibes nada. Aprendes a discernir qué es lo que realmente estás buscando. Pero lo más importante que aprendes, es a conocerte a ti mismo. Si realmente quieres conocerte a ti mismo, escribe un libro, viaja solo a algún lugar lejano o enamórate.

Madurez. Si de verdad quieres madurar aún hay un camino más sencillo. No tienes más que abrir bien tus ojos, mirar a tu alrededor y comprender, que no comprendes nada. Abrir bien tus oídos y escuchar. Cuando escuches lo que hay más allá de tu alrededor, más allá de los sonidos cotidianos, cuando empieces a escuchar los corazones de la gente, entonces comprenderás que, lo que realmente hay que comprender son los pequeños detalles. Cuando comprendas eso, habrás madurado un poco más. No obstante recuerda, la madurez no es algo que se pueda conseguir, la madurez es vivir, madurez es amar, pero sobre todo, madurez, es aprender.

domingo, 7 de julio de 2013

Hoy he tenido un sueño.

Hoy he tenido un sueño. No era un sueño normal y corriente, teniendo en cuenta lo normales que suelen ser los sueños. Era de estos sueños de los que no quieres despertar. Son de ese tipo de sueños que, al despertar, te dan la misma sensación  que al acabar un libro que te gusta demasiado el cual no quieres acabar. Esa sensación de vacío y añoranza. Hoy he tenido un sueño. Estaba en un lugar que, por motivos que no sabría explicar, me resultaba conocido. En el sueño aparecía una chica. No sé quién era, pero sí sé que la amaba. Es extraño porque, evidentemente no la conocía de nada, pero aun así su cercanía llenaba mi corazón de tranquilidad, y su voz hacía que me meciese inconscientemente, como si su aliento fuera el que me mantuviese en pie. No hablaré del olor de su pelo, ya que mentiría si dijese que lo recuerdo, pero sí recuerdo su color, un castaño oscuro. El movimiento de su pelo al ser arrastrado por el viento me recordaba al ir y venir de las olas. Sus ojos oscuros turbaban mi alma con cada mirada y su sonrisa era lo más hermoso que he visto nunca. Me daban ganas de abrazarla y besarla con toda la pasión que encendían en mí esos labios rojos que parecían hechos para besar. Su nariz, una curva perfecta. Su piel no estaba bronceada, pero tampoco era blanca. Sus pecas alrededor de su nariz y en sus mejillas me hacían enloquecer. ¿Cómo alguien podía ser poseedora de semejante belleza? Sus manos eran pequeñas y delicadas, suaves al tacto. Sus piernas bien podían ser la envidia de cualquier mujer. Llevaba un vestido de color verde que le llegaba hasta las rodillas y que, gracias a sus finas tiras, dejaba al descubierto unos hermosos hombros. Su espalda estaba hecha para que mi mano encajara perfectamente en el inicio de su columna. Su forma de moverse me hechizaba, y su risa, más que una risa, era una canción. 
Sabía que estaba enamorado de ella. Recuerdo que incluso fui capaz de estar consciente por un momento. En ese momento de lucidez supe era un sueño y que seguramente no se volvería a repetir, así que me apresuré a besarla. Sus cálidos labios me instaban a no separarme de ellos, y sinceramente, era lo último que quería hacer. 
Recuerdo que estábamos en unos jardines, con altos setos que estaban cuidadosamente podados. Los dos paseábamos y hablábamos de cosas sin importancia. El ir y venir de su vestido tratando de imitar su forma de moverse era hipnótico. De vez en cuando la miraba de reojo para admirar su belleza, pero siempre me pillaba y me dedicaba una de sus maravillosas sonrisas. Entonces la volvía a besar. Podíamos estar un rato sin decir palabra, sólo mirándonos a los ojos, conociéndonos mejor a cada segundo que pasaba. Me encantaba su forma de ser. No me preguntéis cómo es posible que supiera cómo era, simplemente lo sabía. Siempre tenía un motivo para sonreír. Era de esas personas que irradian luz propia y lo llenan todo de color y música, no sé si me entendéis. Ella en sí misma era compleja, pero también fácil de entender. Era pura poesía. Era todo lo que un hombre podría llegar a desear. Era todo lo que yo podría llegar a desear. Ella era mi sueño. Pero todo sueño llega a su fin.
Me fue muy duro despertarme de aquel sueño. Ver cómo todo se venía abajo poco a poco, esos labios hechos para besar, esos ojos, esa sonrisa, esa cara, esa figura, todo. Quizá os parezca que exagero, total, es un simple sueño. Pero no para mí. Sabéis cuán reales pueden llegar a ser lo sueños. Para mí, esa era mi vida, y ella lo significaba todo. Al despertarme sentí tal vacío, que parecía que todo hubiese sido real. Parecía que realmente había besado a aquella chica. Aún sentía su amor latiendo dentro de mí. No me avergüenzo de decir que, después de despertarme, más de una lágrima resbaló por mis mejillas. Eso no hace si no demostrar la intensidad con la que viví aquel sueño.  Y aunque no vuelva a soñar con ella, puedo revivir aquel sueño en mi mente una y otra vez, hasta que lo olvide, o hasta que la realidad se muestre compasiva y quiera cumplir mi sueño. Así que aquí estoy, reviviendo una y otra vez ese sueño en mi mente. Anhelando aún su compañía. Realmente todo esto parece algo estúpido, quizás lo sea. Es comprensible, he sido yo el que lo ha vivido, he sido yo el que lo ha sentido. Pero para terminar he de decir, que estoy locamente enamorado de esa chica, de la cual no se ni el nombre. Puede parecer extraño, pero así soy yo. Soy un hombre que está enamorado de alguien que no existe.

Nym y Yaris

Nym era un chico extrovertido, simpático, alegre, tranquilo para algunas cosas, nervioso para otras, bastante cabezota y a veces se creía un poco más espabilado de lo que era en realidad. Era de mediana estatura y su cabello era negro como una noche de verano. Tenía unos ojos marrones oscuros y creía que con su mirada podía enamorar a quien se propusiera. Siempre había creído que sabía cómo funcionaba todo a su alrededor. Había crecido pensando que era bastante inteligente para su edad. Era un chico que solía caerle bien a todo el mundo. También era bastante persuasivo, pero eso sólo ayudaba a que se creyera más inteligente.
A la edad de diecisiete años, conoció a Yaris. Yaris también era extrovertida y muy simpática. Siempre risueña. Su personalidad embrujó a Nym, pero también ayudaron su pelo castaño (aunque al sol parecía rojizo) y sus ojos color café que hacían que Nym se olvidara de todo lo que había a su alrededor. Su sonrisa hacía que el más bello amanecer pareciera miserable y sus facciones encajaban en su rostro como un puzle. Su mirada estaba cargada de profundidad y hacía que Nym se estremeciera hasta en lo más hondo de sus huesos. Los padres de Yaris tenían una frutería, en la cual ayudaba siempre que podía o más bien, siempre que su padre le dejaba, ya que para él, lo estudios eran lo más importante.
A medida que iba conociendo a Yaris, más se daba cuenta de que algo cambiaba en su interior. Él ya conoció el amor una vez, hacía tiempo, pero no acabó bien. Aún así, lo que sentía estando junto a Yaris no tenía nada que ver con eso. Era como si la conociera de toda la vida. Cuando estaba junto a ella se sentía libre, podía ser él mismo. Tenían muchas cosas en común y eso hacía que cada vez se sintiera más a gusto con ella. Se pasaba las clases mirándola desde atrás, observando cómo le caía el pelo por el hombro y la espalda. Analizando sus gestos, intentando adivinar en qué pensaba. Muchas veces ella le sorprendía mirándola, y le sonreía, a lo que él contestaba con una rápida sonrisa y un giro de cabeza hacía la dirección opuesta. A los dos minutos volvía a observarla. Era preciosa.
Le gustaba todo de ella. Su risa, sus expresiones, cómo gesticulaba cada vez que le contaba algo. Nym siempre hacía preguntas, le encantaba oír hablar a Yaris y cuanto más larga fuera su respuesta, más se perdía entre esa melodía que era su voz. Él intentaba por todos los medios que Yaris no supiera lo que sentía por ella. Cada vez que le ocurría un halago se lo callaba, porque sabía que si empezaba no podría parar. Había días que quería decirle lo mucho que la quería y escribía cartas y poemas, incluso alguna que otra canción, pero jamás llegaba a enseñárselo. Lo que un día le parecía una genialidad, al siguiente le parecía lo más estúpido que había escrito en su vida. Nada era suficiente para hablar de ella, todo se quedaba corto. Para Nym, Yaris era muy especial. Era su mejor amiga, su confidente, y su amante en sus pensamientos.
Un día, de repente, la madre de Yaris se puso muy enferma y ya no podía hacerse cargo de la tienda en la que trabajaba, así que Yaris dejó de asistir a clases para encargarse de su madre y para ayudar a su padre en la tienda. Cada mañana Nym miraba con tristeza el asiento vacío de Yaris y la imaginaba allí sentada, con su oscuro cabello cayéndole por los hombros, sus preciosos ojos tan expresivos, su mano apoyada en su mentón, su cara con expresión pensativa.
Cada vez que podía iba a visitar a Yaris a su tienda, pero casi siempre estaba ocupada llevando cajas de aquí a allá, atendiendo a los clientes, limpiando esto y aquello. Cuando estaba libre, su mirada se paseaba por el cielo y contestaba a las preguntas y bromas de Nym con un ademán o con un simple asentimiento de cabeza. Nym estaba muy preocupado por ella, así que pensó en la forma de distraerla de todos sus problemas. Le pidió ayuda a su madre para que le enseñara a preparar una tarta de manzana ya que sabía que a Yaris le encantaban. Con mucho esmero, fuerza de voluntad y levadura, consiguió hacer una tarta él solo la cual lograba mantenerse en pie y además, también sabía un poco a tarta de manzana. Una vez que la hubo terminado, se la llevó a Yaris y sentándose los dos en un escalón en la parte de atrás de la tienda, empezaron a comerse la tarta. Nym le preguntó qué tal estaba su madre, a lo que ella respondió diciendo que llevaba varios días tumbada en la cama y que apenas podía levantarse. Nym, viendo la tristeza en sus ojos, cambio de tema sutilmente, explicándole cómo había hecho la tarta y el desastre que había formado en la cocina. Eso logró arrancarle una sonrisa a Yaris. Nym echaba de menos esas sonrisas. Con el tiempo ambos empezaron a distanciarse. Las numerosas escapadas de Nym a la tienda de Yaris habían causado que sus notas bajaran, así que apenas salía de su casa ya que se llevaba todo el tiempo estudiando. Por otra parte, Yaris seguía ocupada cuidando de su madre y de la tienda, y no tenía tiempo para nada.

Las notas de Nym subieron, y ese trimestre conoció a quien sería su primera novia. Os parecerá extraño que, estando tan enamorado de Yaris, Nym saliese con otra chica. Veréis, Nym tenía asumido que Yaris era su amiga y que jamás habría nada entre ellos, así que intentaba sacarse a Yaris de la cabeza como fuera. Entonces conoció a esta chica, de la cual no es necesario explicar los detalles. Sólo decir que era la pura antítesis de Nym, de hecho nunca supo si de verdad quiso a esa chica o si sólo estaba con ella para intentar olvidar a su gran amor Yaris. En cualquier caso, esto causó aún más distanciamiento entre Yaris y Nym creando así, una extraña tensión entre los dos. Uno de los días que Nym fue a visitar a Yaris, ésta le comentó lo que opinaba sobre su nueva relación con esta chica, ya que conocía muy bien a Nym y sabía que algo pasaba. Le dijo que sabía que no era feliz con ella, ya que se trataba de una chica muy problemática y la mayoría del tiempo lo pasaban discutiendo. Sabía que Yaris tenía razón y, añadiendo el hecho de que toda esa parafernalia era para olvidarla, Nym se sintió tan avergonzado que se enfadó con su amiga y le espetó que él podía hacer lo que le diera la gana y que podía estar con quisiera. Ese tono no le gustó nada a Yaris, que reprendió a Nym por su actitud. Cosa que le gustó aún menos a Nym. Y así entraron en una discusión que ambos lamentarían más tarde. Evidentemente, ese día no acabo muy bien. De hecho acabó fatal. Yaris se metió en su casa dando un portazo, y por el camino hacia su casa Nym iba pegándole patadas a todo lo que veía tirado por el suelo. A pesar de que pasaba el tiempo, los dos seguían enfadados. Nym no volvió a visitar a Yaris. Ella, por otro lado, se centró en su tienda y en estar más tiempo con su madre enferma. Pasaban las semanas y ninguno había hablado con el otro desde aquella discusión.

Un mes después, estando Nym en su habitación, subió su madre y le dijo que Yaris estaba abajo, que quería hablar con él y que parecía urgente. Su corazón dio un vuelco y se levantó rápidamente de la silla, pero se lo pensó mejor, y le dijo que le dijera a Yaris que no se encontraba bien. Como dije antes, Nym era muy terco. Todavía estaba enfadado con ella, y sabía por qué. No soportaba la idea de que la chica a la que amaba le diera consejos de con quién debía estar y con quien no. Y aunque no fuera justo, estaba enfadado con Yaris porque era con ella con quien quería estar de verdad. Seguía pasando el tiempo, y los dos aprendieron a convivir el uno sin el otro, pero no sin que los dos sufrieran, necesitándose como nunca antes. Un día mientras paseaba, Nym pasó por delante de la tienda de Yaris y se dio cuenta de que ésta estaba cerrada. Se acercó más para ver si había alguna nota explicando el por qué habían cerrado la tienda. Nada. Esa tarde Nym se puso a pensar. Se dio cuenta de que se había pasado con Yaris, no se merecía que la hubiese tratado así. ¿Qué le había pasado? Era su mejor amiga, siempre había estado con él y le había apoyado en todo. Además, la quería con toda su alma, no entendía cómo había podido actuar de esa forma. Así que al día siguiente se levantó temprano y se dispuso a hacer la mejor tarta que había hecho hasta entonces. Una vez hecha la tarta, cogió su abrigo y con paso firme y muy decidido, caminó hasta la casa de Yaris. La tienda seguía cerrada, así que fue hasta la puerta de atrás, que también estaba cerrada. Llamó una vez. Dos veces. Tres veces. Cuatro. Llamó hasta que le dolieron los nudillos. Como nadie respondía fue a la ventana de Yaris y la llamó a gritos, cada vez más desesperado. Sin saber qué hacer se sentó frente la tienda y dejó la tarta a un lado. No sabía qué estaba pasando. ¿Dónde estaba Yaris? ¿Seguiría enfadada con él y por eso no contestaba? Aún si así fuera, eso no explicaba el por qué la tienda seguía cerrada. Angustiado e impotente, escondió su cara entre sus manos, intentando dar respuestas a tantas preguntas. Cinco minutos después se rindió. Se levantó y antes de irse miró hacia la puerta cerrada de la tienda y se imaginó que de repente Yaris salía y le dedicaba una de sus maravillosas sonrisas. El motivo por el cual la gente se desilusiona es, que soñar es gratis. Mientras estaba absorto imaginándose la escena, una mujer se le acercó y le dijo que si estaba esperando a que abriesen, sería mejor que se fuera a su casa. Nym, desconcertado le preguntó que por qué decía eso. La mujer, muy solemne, le contestó que la madre de Yaris finalmente había muerto y que Yaris se había mudado con su padre hacía apenas tres días, pero no sabía a donde se habían ido. Destrozado y sin poder creérselo, Nym se quedó mirando la fachada de la tienda. Le ardían los ojos y le dolía el estómago. Se quedó allí plantado, inmóvil. Su cuerpo se encontraba allí, pero su mente estaba muy lejos. Se había ido. Finalmente, Yaris había desaparecido de su vida. Cuando se dio cuenta, tenía todo el cuerpo rígido, todos los músculos apretados y doloridos. No sabía cuánto tiempo llevaba así, parecía que hubiesen pasado horas, al menos eso le parecía. Liberó la tensión de sus hombros, se secó las mejillas, húmedas por el incesante paso de las lágrimas, se acercó , cogió la tarta y dejándola en el escalón de la puerta trasera, fue de regreso a su casa, pero ésa vez tomó el camino más largo.

El egoísmo y el orgullo son dos de los peores defectos que puede poseer una persona. Nym se dio cuenta demasiado tarde. Es mentira eso de “nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”. La verdad es que siempre lo supiste, pero nunca pensaste que lo perderías. La vida da muchas vueltas. Una te puede unir a una persona y que ésta sea la más importante en tu vida, y otra te puede separar de ella con la misma facilidad. Pero yo soy de los que creen que de vez en cuando la vida es caprichosa, y que, a veces, te puede volver a unir a esa persona, convirtiendo esa nueva relación en una relación mucho más fuerte que la anterior. 
No sintáis lástima por Nym ni por Yaris, ésta historia aún no ha acabado.

Quizá, algún día, vuelvan a encontrarse….

Acto Nº 7 - Tardes rojas

Las tardes rojas paso
anhelando tu compañía
y a la luz del ocaso
oculto mi agonía.

No hay un día que no piense en tí.
Recuerdo nuestros momentos vividos.
Si pudieras volver a confiar en mí
posaría todos tus sueños en tus párpados dormidos.

Querría tenerte entre mis brazos
y sólo pensar en abrazarte.
Acercar tu cara a la mía y con todo 
mi corazón decir que yo voy a cuidarte.

Que hasta el fin del mundo te amaré,
que por siempre te escucharé.
Que para mí serás la primera.
Que eres mi vida entera.

Y si aún así decides que conmigo no quieres estar
no te preocupes, no te voy a estorbar.
Me apartaré de tu vida, así sin más.
Pero recuerda que una vez, yo te quise de verdad.

Acto Nº 6 - Recuerdos

Aún queda mucho para que puedas llegar siquiera a entender esto. 
Quiero pasar toda mi vida contigo. Quiero que compartamos nuestros secretos. Quiero ser tu apoyo, y que tú seas el mio. Quiero hacerte reír cuando estés triste. Quiero pasear contigo cogidos de la mano. Quiero bromear contigo y que pasemos las horas y las horas hablando de tonterías, disfrutando el uno del otro. Quiero estar ahí en los momentos más importantes de tu vida. Compartir tus alegrías y tristezas. Quiero escucharte. Quiero protegerte y cuidar de ti. Quiero darte un beso cada noche antes de dormir y despertarte con otro. Que cada día a tu lado sea una aventura. Quiero hacerte ver que conmigo jamás volverás a sufrir. Quiero susurrarte al oído todos los días lo mucho que te amo. Quiero volver a hacerte creer en los príncipes azules. 
Mantengo viva la esperanza. Mantengo viva la ilusión. Pero lo que mantengo realmente vivo son tus recuerdos. Recuerdos alegres, recuerdos tristes. Recuerdos desgarradores. Recuerdos esperanzadores. Es lo único que me queda de ti, recuerdos. 

Acto Nº 5 - El hombre que espera la muerte

La noche, fría y oscura. Un hombre yace en su cama bajo la atenta mirada de la Luna. El silencio es espeso, pero no amortigua el murmullo del viento, golpeando la ventana. El silencio es fuerte, pero no calma su pecho desbocado. El silencio es denso, pero no tranquiliza a su mente atormentada. El silencio es intenso, pero más intensa es la llamada de la muerte. En una habitación, la agonía y la desesperación se unen para dar paso a un suspiro. Más que un suspiro, es una llamada, una súplica. Una súplica pidiendo ayuda. Una súplica que no va dirigida a la vida. La súplica de un hombre que espera la muerte. Una súplica, un suspiro, y luego, calma.

Acto Nº 4 - El Amor

El amor. Cuántas personas se han estrujado la mente para intentar describirlo. El amor no es más que una palabra. El auténtico "amor" está detrás, más allá. Veo jóvenes hablando de amor, niños. ¿Qué sabrán ellos del amor? Ellos llaman amor a la atracción que sienten sus pequeñas mentes infantiles por la novedad y placer que causan la compañía femenina o masculina. Creen que el amor es poner frases tontas en redes sociales, o salir con un chico o chica durante tres semanas. Eso no es amor. Amor es lo que se ve en la cara de una madre cuando da de comer a su hijo de su propio cuerpo. Amor es ver cómo dos jóvenes se prometen amor eterno y mueren abrazados en la cama a los ochenta años. Amor es despertarse y querer ver su cara todos los días el resto de vuestra vida. Saber amar no es salir con muchas chicas en muy poco tiempo, ni estar con alguien hasta que te canses. Saber amar es querer a alguien, aceptando a esa persona con sus defectos y quererla por esos defectos que no la harían ser ese ser único que es. Amor es darlo todo sin esperar nada. El amor no es componer poemas ni hacer frases bonitas. Para encontrar el verdadero amor debes buscar más allá de esa palabra y, una vez que hayas llegado más allá, déjate llevar.